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jueves, 19 de diciembre de 2013

viernes, 6 de diciembre de 2013

¿Y si un día nos cansamos?

No es una pregunta retórica.
Pregunto enserio: ¿y si un día nos cansamos?
¿Y si nos cansamos de que nos paguen menos por igual trabajo?
¿Y si nos cansamos de estar siempre sonrientes y de buen humor, porque un hombre atareado es un hombre atareado y una mujer atareada es una loca histérica?
¿Y si nos cansamos de tener que pensar qué vamos a comer en la cena, además de hacer la lista de compras, ordenar la casa, cuidar niños (no es mi caso) mientras hacemos nuestra labor profesional?
¿Y si nos cansamos de estar dispuestas a recibir visitas después de una jornada de trabajo? 
¿Y si nos cansamos de que nos digan loca, atorranta o puta porque queremos decidir por nosotras mismas?
¿Y si nos cansamos de ser las raras del grupo porque no queremos pasar por el Registro Civil?
Bueno, entonces, ¿qué pasaría?
Seguramente, nada.
Sería otro berrinche de una mina histérica.

@martagaba

La mujer invisible

Mi amiga nicaragüense Edipcia Dubón me sugirió que empiece a escribir mi visión sobre varias cosas, sobre todo respecto de mi país, la Argentina. Algo parecido me había dicho Alicia Durel, de El Salvador. Lo han dicho a pesar de su buen juicio: están alentando que inunde de letras y signos de puntuación la blogosfera. 
Ya no se trata de escribir sobre los temas vinculados a mi profesión: el desafío es plasmar todo aquello que vamos viviendo (o al menos yo) en un mundo al que estamos tratando de generarle algunos cambios. Y como soy mujer, voy a comenzar con algo que nos atañe a todas (y a todos, porque ustedes, señores, tienen su parte en esto): la invisibilización de las mujeres. 
Yo pensaba (erróneamente) que en Argentina estábamos bastante bien en el tema (????) y que el machismo se reducía a los piropos soeces, comentarios desubicados, relegamiento profesional y condiciones laborales pauperizadas, pero abriendo los ojos (y los oídos) la cosa es más grave. Sugiero dejar Argentina para después. 
Estando en Guatemala (pero pueden cambiar y pensar "en Honduras", "en Nicaragua", etc) hace pocos días, llegamos al hotel con mi esposo y el registro estaba hecho a mi nombre, dado que ya soy clienta de la cadena y tengo tarjeta de membresía. Comenzamos el check-in y el empleado del hotel advierte que todo estaba a mi nombre. Se muestra perplejo y se dirije a mi marido, dándole las tarjetas de acceso y explicándole el funcionamiento del hotel. Lo miro y le digo: "La reserva está a mi nombre". Me observa detenidamente, sin esbozar sonrisa y me dice: "Correcto, señora... Como le decía, señor Daniel..." y siguió con las explicaciones a mi esposo. No hubo forma de hacerle entender que la titular era yo, que era autónoma y que debía dirigirse a mí. 
La relación con la prensa tampoco es mejor: si en una reunión estoy con un compañero y dicen "Gaba es la persona experta", los periodistas de inmediato se dirigen al hombre a formular preguntas, sin pensar siquiera que Gaba es la señora que los mira divertida. 
Esto fue tema de conversación por la tarde con Camila Alarcón, guatemalteca, profesional y de las más inteligentes que conozco, quien padece a diario el machismo exacerbado como tantas otras. Padecemos lo mismo, no importa el país donde nacimos ni la edad que tenemos: somos invisibles. Las decisiones importantes a nivel profesional y empresarial los hombres las toman después de hora, con un traguito y un habano de por medio. Tenemos que dar explicaciones por todo lo que hacemos o dejamos de hacer: que por qué no nos casamos, por qué no tenemos hijos, por qué no nos da culpa viajar tanto y descuidar el hogar... Las charlas profesionales son de terror: yo no escucho que a mis colegas hombres les pregunten si son casados y cuántos hijos tienen como modo de romper el hielo después de una presentación. 
Y ahora si, la frutilla del postre argentino que degusto cada día. Hace ya tres años que estacionamos el automóvil en el mismo garage. No he logrado que el encargado ni su hijo me saluden. Bajamos del coche y nos recibe un sonoro: "¡Buenos días, Daniel!", acompañado de bromas y comentarios futbolísticos. de nada sirve que en medio de las risotadas yo diga buen día. Nadie responde. Y es lo más lógico: soy (como tantas otras) la mujer invisible.-